Su popularidad, sin duda, es uno de los argumentos que él percibe lo impulsarán al panteón de los próceres de la patria. No obstante, su popularidad puede diluirse con el paso del tiempo. Si López Obrador percibe que sacar a México del T-MEC es comprar un pase seguro a la historia nacional, no dudará en hacerlo. Si —además— una lucha estridente en contra de los “imperialistas” americanos le da la narrativa para que Morena gane sin contratiempo la elección presidencial de 2024, no dudará en amenazar a sus socios comerciales de abandonar el acuerdo comercial con América del Norte.
Asimismo, si sus aliados políticos perciben que esta gesta nacionalista es una oportunidad para fortalecer el poder político del presidente en su quinto año de gobierno, lo convencerán de dar la batalla. Algunos de ellos incluso verán en esta protesta independentista un pretexto para que López Obrador prolongue su mandato. El presidente es un político más preocupado por su destino histórico que muchos otros que han pasado por la silla presidencial. Tanto le obsesiona que aun antes de iniciar su mandato ya había advertido que su gobierno no sería cualquiera, sino la “Cuarta Transformación” de la vida nacional.
Aunque él afirma que su obra transformadora está prácticamente concluida, los resultados de su gobierno son mixtos. Su agenda anticorrupción carece de resultados, aunque su política de austeridad ha sido radical. Su promesa de crecimiento económico se ha esfumado, lo mismo que la de dar medicinas gratuitas a todos. Los resultados en materia de combate a la inseguridad son desastrosos. Hoy su legado histórico consistiría en haber elevado a rango constitucional los programas sociales, en la construcción de un aeropuerto con escasos pasajeros y dos obras en marcha (la refinería y el Tren Maya), todas ellas con rentabilidad social y financiera cuestionables. Su popularidad, sin duda, es uno de los argumentos que él percibe lo impulsarán al panteón de los próceres de la patria. Esta se sustenta no solo en sus programas sociales y en su narrativa populista, sino además en el carácter popular de su movimiento. No obstante, su popularidad puede diluirse con el paso del tiempo, una vez que haya dejado la presidencia de la República.
De tal forma que el legado de la llamada Cuarta Transformación no parece tener la potencia para catapultar a López Obrador a los libros de la historia oficial.
Ante ello, una gesta nacionalista podría dar la apariencia de ser el catalizador de una proeza histórica de gran calado. Una encuesta publicada ayer por El Financiero da la razón a este cálculo nacionalista. Una mayoría del 49 por ciento de los mexicanos dice que prefiere defender la soberanía energética del país, aun si hay sanciones comerciales.
Solo 39 por ciento dice que prefiere que el gobierno se apegue al tratado comercial y atraiga inversiones. Para la mitad de los mexicanos no importan los costos en materia de empleo ni el acceso a mercados comerciales diversos ni la inversión futura. Los mexicanos valoran el cortoplacismo, la emotividad y la percepción grandilocuente de un presidente que nos va a defender de las amenazas externas.
Reitero: la posibilidad de que México rompa con el T-MEC es remota, pero está sobre la mesa. Por supuesto que López Obrador ha sido cauteloso en evitar conflictos con Washington, pero una encrucijada en la cual se deba optar entre pasar a la historia patria, ganar elecciones y mantener la popularidad, por una parte, u otras consideraciones de mediano plazo como el crecimiento o el empleo, no duden que AMLO se iría por la izquierda.
Los tiempos cambian: Carlos Salinas de Gortari pasó a la historia por haber propulsado el acuerdo comercial con América del Norte (TLCAN) en 1993; López Obrador podría pasar a la historia (al menos a su historia nacionalista) por sacar a México del T-MEC.
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